Viaje a la ciudad de Aguascalientes, 29, 30, 31 de octubre y 01, 02 de noviembre del 2020.

El equilibrio comienza cuando no permites que se acostumbre tu ser a algo, romper esa comodidad, tristeza, felicidad, es deber de uno para no permitir subsistir en el modo inerte.

Unas semanas trabajando en el sillón, otras en la recamara, otras en el balcón, buscando en esta etapa de pandemia no perder el equilibrio no resulta fácil. Si le sumamos las tareas de casa y las familiares puede ser agobiante para cualquiera, he ahí mi caso. Mi foco que me hace parpadear en este cuarto oscuro es la salida programada para fin de mes, octubre querido.

Los nervios me hacen sudar, cambiar mi temperatura y hasta mi estado de ánimo. Ya tengo todo lo posible que estuvo al alcance para el viaje. Cambio de llanta delantera, bolsa basculante, la defensa, el sissy bar, un mechero, un pocillo de aluminio, un bidón, un termo, renovación de permiso para circular y nada más. Todas las demás cosas que cargaría en la motocicleta sólo tenían que desempolvarse un poco.

Mientras doblo los sleeping recuerdo cómo inició todo esto de jugar al vaquero. Aunque quisiera ir hasta mi adolescencia o niñez mi mente no lo permite, tan fresco es el motivo del viaje que sólo deja regresar a mi línea del tiempo cuando encontré el propósito de comprar una motocicleta. Dejemos de lado mi sentir, de eso podríamos escribir y escribir mucho y puede que talvez cuando lo leamos lo corrijamos de nuevo, así de variante es la mente humana, me digo bajito y riéndome en complicidad.

Mi hija la mayor entraba ya a la preparatoria, a unos 4 kilómetros de distancia. No son muchos dije en ese momento de la inscripción. En una prueba entre semana para ver cómo sería la ruta del inicio de clases, me fue fatal. En transporte público fueron 35 minutos para dejarla en el colegio y 40 para regresar e irme al trabajo. En carro ni mencionar. Para irme al trabajo el carro no es ni tantito funcional, hay que venir a dejarlo a casa. Con todo ese antecedente el problema que se venía gestando estaba por enfilarse en la lista de las prioridades a atender en la mesa redonda de casa. Ahí es cuando entra la astucia emocional del yo interno. Te dije que la motocicleta es el medio de transporte más efectivo, emitía las palabras en diferente tono de voz, preparándome al discurso para la reunión familiar.
Unos días antes terminaba mi repaso teórico de todo lo que pude encontrar sobre el manejo de motocicleta y me sentía entusiasta, no veía la hora para ir por la adquisición.

Ese día de la compra fue mi iniciación en todos los aspectos. Al otro día ya manejaba con copiloto. Juntos iniciamos este mundo, mi hija y yo. Ella sujetándome fuerte al cuerpo y el tintinar de cascos fue la melodía para iniciar todas las mañanas con una sonrisa en la cara.
Cómo no recordar esto, ahora que ella ya no vive conmigo. Que el abismo que existe entre nosotros se llenó de asfalto y sólo se me ocurrió cubrirlo con la motocicleta.

Terminé de guardar todo en la mochila de acampar. Dos sleeping, la casa de campaña y un par de camisas para mis cambios. La chamarra de motociclista de ella, sus guantes y rodilleras quedaron hasta arriba de la mochila. Bastante esponjada quedo la mochila, no cabía nada más.

Llegó el día de partir, no podía evitar sentirme temeroso, ansioso y un poco culpable por los que dejaba en casa, pero así es cuando has decidido dividir el amor en dos familias. ¡Qué valor el de mi hija por tanta espera para un abrazo! y… ¿yo no puedo soltar unos días este apego?.

Me despedí de prisa, mientras amarraba una bolsa con unos sándwiches que me dieron no pude dejar quietas las palabras y en corto dije, ahí en el buró dejé las pólizas de los seguros por cualquier emergencia y los contactos que requieres para los trámites necesarios.
Metí el termo en la bolsa basculante y levanté la mano para despedir a los que estaban fuera de casa.

La retirada fue lenta, el galope sonaba fuerte con las pisadas firmes. Comenzamos a conectarnos, galope y latidos. Después se unió mi respiración y finalmente se despejó la mente.

Antes de llegar a las torres de satélite fue la primera parada. Al tener la mochila casi en la espalda comencé a recargarme inconscientemente y la moví más para un costado. Reacomodé y continué la ruta.

La segunda parada fue la caseta de Tepotzotlán, cargué gasolina y desayuné. Reacomodé todo, le puse otras cintas elásticas para reforzar y regresé a la ruta. Paré de nuevo en otra caseta ya casi para llegar a Aguascalientes y terminé mi té. Aproveché para hacer los cálculos de combustible rondando en tramos en 15 kilómetros por litro y otros 13.8, de todas formas, cómo era mi primer viaje de más kilómetros por recorrer, opté por cargar cada 100 kilómetros. Sólo en un tramo cargue llegando a los 140 aproximadamente.

Llegue al hotel y descargue todo el equipaje, realmente no estaba cansado, pero si quería quitarme toda la indumentaria motociclista que pesaba mucho. Posiblemente pude hacer menos tiempo, estuve entre los 100 y los 120 km/hr. Muchos pedazos de llantas en el camino además de camiones que no avisaban los cambios para pasarse a otros carriles, me hacía pensarlo más que dos veces en acelerar.

Después de ir por mi hija y llevarla a que se hospedara, terminamos por ponernos al día en las noticias en una alberca para nosotros solos, cosa que agradecimos por el rebrote del virus y por la puesta de semáforo rojo en la ciudad de Aguascalientes.

Una vez desayunados nos dispusimos ir a la Sierra del Laurel, lo que no sabíamos es que terminaríamos caminando un buen tramo por las condiciones de la ruta, sólo para darle una vista de rápido.

El Google maps decía que había camino, yo solo veía montaña, tierra suelta y piedras. Una pareja que estaba arreglando su camioneta en la última casa del camino tierroso con gravilla nos vio con curiosidad. ¿la piensa subir? – Dijo la señora con cara de asombro – No creo, conteste, llevo unos 100 metros andando con piedras sueltas, pero ahora ya veo mucha arena suelta – dije dudoso -.

No es tanto lo que falta, me dice con ánimo. Pensé en decirle que si nos dejaba guardar la motocicleta en su terreno y continuar caminando. Pero cargar todas las cosas tampoco sería tarea fácil.

Comenté excusándome de la planeación que teníamos. Acamparíamos hoy aquí y mañana en la Presa de Malpaso. Hay varios lugares por acá pero casi todos son de terracería, comentaba el señor mirando a su pareja. La verdad la vas a destrozar si intentas algo así con esta chulada de motocicleta, la Presa de Malpaso no está tan mal, el empedrado está fijo. Concluyó el señor dando punto final a la conversación.

Llegamos a la presa, casi escoltados, entre motocicletas de enduro y cuatrimotos que pasaban ferozmente a nuestro lado.

Comimos en un restaurante y al personal le preguntamos si había algún problema en acampar en la zona. Nos comentaron que no había problema pero que las personas oriundas suelen ocupar las orillas de la presa para venir a tomar y estar en sus camionetas escuchando música. Ya estaba por caer la noche y no decidíamos que hacer. La dueña del lugar nos ofreció quedarnos en su propiedad, al lado de la presa, donde guardan unas lanchas. Una cerca de un metro sería nuestro protector contra el exterior. Sin dudarlo más nos fuimos sonrientes por no dejar perdido el día para poder acampar. Terminamos de armar la casa con las lámparas de mano y conversamos tranquilamente, en espacios de la plática veíamos cómo se alzaba la luna en el cielo y cómo nacía su reflejo en el agua.

Efectivamente hubo muchos ruido, música y risas sonaban a todo lo que podían. Ya en la madrugada el viento daba muestra de su poder, movía la casa de campaña y se acompañaba del sonido para chiflar.

Al fin, ruidos naturales que si arrullan el sueño.

Las siguientes noches decidimos quedarnos en hoteles, salir en el día a conocer lugares y regresar a dormir. Nos reconfortaba saber que en futuras salidas organizaríamos mejor la ruta sabiendo los pros y contras que teníamos con la motocicleta.

El regreso a la Ciudad de México fue rápido, ni pensado ni organizado. Tan sólo puse el Google maps y que buscara la mejor ruta. La velocidad ahora estuvo entre 120 y 130 km/hr. Promedio. Con más confianza en que el equipaje estaba bien seguro y no comenzarían a volar las cosas por el camino, tomaba delantera de los camiones. Me baje de la moto una sola vez y fue porque se me cayó el guante cuando conectaba el celular al cargador USB. Después de practicar cinco días seguidos en montar y desmontar el equipaje, ya tenía práctica de mudancero.

Mi racha de nómada ya estaba comenzando a habituarse en mi persona. Cambiar de escenario cada vez que me subía a la motocicleta era emocionante. Me resulta un poco similar cómo los nómadas que viajaban en su caballo por pueblos y pueblos escribiendo historias de ellos era su vida diaria.

Mi equilibrio llegó, no del todo voluntario, aquí sentado frente a la computadora de nuevo. Reviviendo el viaje en la tercera etapa, al redactar esto. Planeando con mi copiloto la próxima fuga.